En
el panorama sociocultural de Cuba ha aparecido un fenómeno que resuena las
alarmas de los investigadores e instituciones culturales. Cada semana, una gran
parte del pueblo cubano consume un nuevo producto cultural denominado “El
Paquete”.
¿Quién
puso el sugerente nombre? Pues, casi nadie lo sabe con certeza, pero...
la
realidad demuestra que cada siete días se mueve por redes clandestinas
aproximadamente un terabyte (más de 1000 GB) de películas, documentales,
series, novelas, reality shows, etc. En su mayoría, estos productos
comunicativos proceden de televisoras extranjeras.
¿Quién
elabora “El Paquete” y cómo lo hace? Pues, si alguien tiene la respuesta, pocos
la divulgan. Supongo que el “genio” sea alguien con acceso a televisión por
cable o internet de banda ancha, pero en Cuba estos servicios prácticamente no
existen.
Los
audiovisuales ostentan una creciente popularidad y llama la atención este
suceso, pues la gran parte de los materiales aportan poco al enriquecimiento
intelectual del espectador. Proponen el cultivo de valores y formas de vida
totalmente alejadas de la idiosincrasia de los habitantes de la Isla.
Frente
a este panorama, la televisión y el cine cubanos compiten contra un rival
fantasmal y escurridizo. Hasta ahora, el “Paquete” es indetenible e “imposible”
de prohibir. Autoridades, directores y creadores del Instituto Cubano de Radio
y Televisión (ICRT) y el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC),
se enfrentan al reto de dirigir el consumo cultural por los cauces del buen
gusto y la calidad estética.
La
política cultural debe enfocarse en formar un destinatario inteligente, sagaz y
capaz de discernir lo bueno y lo malo. ¿Cómo hacerlo? En primer lugar, abrir
las puertas a la creación; gran ayuda puede entregar el movimiento de jóvenes
creadores, pero requieren mayor espacio para proyectarse. También, en este
propósito, resulta imprescindible desterrar el culto a la banalidad y la
simplicidad y promover la identidad cultural de Cuba, el gusto por lo autóctono
y lo mejor de los artistas nacionales; así como ampliar los sitios, plazas y
recintos de interacción entre el pueblo y sus intelectuales.
Para
cualquier público, el cine y la televisión cumplen la función de entretener y
ofrecer espectáculo. Sin embargo, muchas veces las propuestas de factura
nacional carecen de estas particularidades. Afortunadamente, la Era digital
toca a la puerta y el número de canales debe aumentar (actualmente 5
frecuencias). La problemática radicará en llenar las parrillas de programación
con opciones variadas que permitan diversidad y posibilidad de elección.
Cada
receptor posee el derecho de escoger qué material audiovisual prefiere
absorber, pero la audacia de los emisores conscientes está en procurar mejor
selección y más calidad de los mensajes.
El duelo está planteado. Por lógica funcional saldrá
un ganador. El mayor beneficiado del combate será, sin duda, el público
espectador.
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